Quieren que el Parque Indoamericano se llame Néstor Kirchner. Los dos hijos de María duermen abrazados sobre una bolsa negra que separa sus cuerpos de la seca tierra del usurpado Parque Indoamericano, una delgada frazada los cubre de la brisa de la madrugada. Jimena tiene cinco años y su hermano Ramón, tres. El padre de los niños aún no había regresado del hospital Piñero, adonde había trasladado a uno de sus compañeros que había caído con un balazo de muerte en el pecho. “No sé por qué tarda mi marido. Que no lo detengan, él no ha hecho nada, se lo juro señor periodista. Nos han disparado porque somos bolivianos y no tenemos dónde vivir”, dice María, mientras se lleva las manos a la cabeza. El documento de ella es uno de los 130 mil nuevos DNI para extranjeros que entregó el ministro de Interior, Florecio Randazzo, durante el último año.
Después de tres días de violencia, tiros, muertes y dialécticos cruces entre funcionarios del Gobierno nacional y del porteño, el inmenso Parque Indoamericano, segundo espacio verde de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sigue siendo una zona liberada. Una cálida ventisca arrastra un rancio olor a “paco”, la pegajosa y destructiva droga barata de las villas, que se pierde entre el aroma a brasas de las miles de fogatas.
Acá aseguran que no se venden drogas, que no se comercializa con la tierra y que las cuestiones políticas no enturbian el “justo” reclamo. Sin embargo, el olor a paco es inconfundible y se siente con una leve picazón en la laringe, los carteles de “venta” se leen sin anteojos, y el aprecio a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es llamativo.
Marcos llegó de Paraguay hace cinco años y exhibe su nuevo DNI. Desde el domingo está acampando en esta conflictiva tierra de nadie. Llegó desde el Conurbano bonaerense creyendo que le iban a entregar una parcela para vivir sin pagar un alquiler, aunque la mayoría de los que aquí están provienen de las diferentes villas de la Ciudad. “Ya nos mataron a tres, pero vamos a resistir hasta que nos maten a todos”, promete Marcos.
Tanto María como Marcos sueñan con que mañana sea mejor y que se les otorguen legalmente las parcelas. ¿Y cómo quieren que se llame la villa una vez que se instalen?, preguntó un periodista. La respuesta no se hizo esperar, aunque hubo algunas, pocas, disidencias: “Néstor Kirchner”. La noche daba para diálogos tranquilos. “(Mauricio) Macri nos quiere sacar de acá, nos discrimina, nos mandó a la Policía Metropolitana”, es el discurso unánime. La postura cambia cuando se habla del gobierno K: “La Presidenta me dio la posibilidad de vivir y trabajar en este país”, dice un peruano. El resto enmudece y sólo asiente con un gesto mecánico.
La presencia de la Policía Metropolitana es efímera y la de los uniformados de la antigua Policía Federal es inexistente. Durante la madrugada de ayer el parque siguió poblándose bajo el amparo de la noche.
Sólo el retén de vigilancia que montaron los vecinos de los flamantes edificios del complejo habitacional, ubicado a unos 400 metros de las primeras chozas e improvisadas carpas, está atento.
Listos con piedras y palos para impartir “justicia”, “poner orden” y evitar que “los bolivianos se extiendan como las películas de las termitas asesinas”, exagera uno de los “guardias vecinales”, que dice llamarse Mauro y se niega a dar su apellido. “¿Para qué lo querés? ¿Sos policía vos?”, prepotea con la misma bronca con la que uno de sus compañeros golpeaba a palazos el auto que manejaba un hombre de acento paraguayo, que juraba no formar parte de la toma.
Pero en el predio ocupado no sólo hay bolivianos, peruanos y paraguayos. “También hay argentinos. Ese flaco es argentino y trajo a su familia porque ya no puede pagar un alquiler”, aclara el Nene, uno de los delegados de las cientos de familias que invadieron estas tierras.
El Nene, un enorme hombre que, con voz gruesa, se niega a dar su nombre. Dice tener vivienda y trabajo, pero está allí para “ayudar a los que no tienen nada”. También hay un joven rubio y de ilustrado vocabulario que dice pertenecer a un movimiento “revolucionario y piquetero”, pero prefiere la cautela del silencio.
Una camisa llena de sangre es alzada al cielo. Lo hace el Nene. Era la camisa del tercer muerto del escándalo de Villa Soldati. El hombre, que fue dejado muerto, la noche del jueves a las puertas del hospital Piñero, fue identificado por sus familiares como Juan Castañares Quispe. Se trata de un ciudadano boliviano, de 38 años, y era uno de los ocupantes del Parque Indoamericano. La Policía no informó que tenía seis hijos. No hay estrellas sobre la choza de la familia Castañares. La vigilia es de los mayores, aunque algunos se dejan vencer por el sueño y cabecean sentados alrededor de fogatas que amenazan con extinguirse. Pero ni los secos disparos de la madrugada del viernes amenazan con perturbar los sueños de los hijos de María.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario