Hurlingham se debate entre la conmoción y el dolor por Candela. El barrio se reúne en un duelo colectivo por la nena. Parte de la familia ya habría llegado a la casa. La noche cayó demasiado temprano y de la manera menos esperada sobre los habitantes de Hurlingham. La ciudad, pese a que los últimos días se vio colmada por la incesante actividad policial, periodística y social dedicada a la búsqueda de Candela, ahora no tiene palabras para describir su reacción. A los gritos de "¡Justicia!", "¡Seguridad!" y "¡Candela!", los vecinos de todos los rincones del municipio fueron acercándose a la casa de la niña, desaparecida hace casi 9 días, al enterarse del trágico final. Para algunos, la pesadilla terminó, para otros continúa. El cruce de las calles Coraceros y Bustamante, a 27 cuadras de donde fue encontrado el cadáver de la niña, fue tomado por medio millar de personas. Trabajadores, amas de casa con carteles y fotos, ancianos, escolares, todos unidos en un silencio profundo y doloroso, que muy de vez en cuando es roto por algunos aplausos. Los comentarios y gritos que piden renuncias de políticos y de la cúpula policial son ahogados por la multitud con gritos de "¡Candela, Candela!" "Este no es momento de pelearnos y buscar culpables, pensemos en Candela, respetémosla", decía una mujer, madre de dos chicos. "Venimos a llorar por una nena que podría ser nuestra hija, nuestra nieta o nuestra sobrina, y tenemos que honrarla en silencio", confesaba un hombre al borde de las lágrimas. Varios vecinos se atreven a cuestionar el accionar policial, afirmando que la búsqueda fue incompleta y muy superficial. "Yo vivo a dos cuadras de acá y nunca vi pasar a la policía. No fueron a registrar mi casa. No buscaron nada", afirma una vecina. La incredulidad y esa extraña sensación de que no quedan lugares seguros se apoderaron de los congregados espontáneamente ante las puertas de la casa de Candela Rodríguez, en Coraceros al 2500. Abuelas, madres y adolescentes a esta hora lloran en silencio y encienden velas en la vereda, haciendo propia una angustia por alguien a quien, quizás, nunca conocieron pero cuyo final, a tan corta edad, fue capaz de conmover hasta las lágrimas.
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