14 abr 2012

SECUNDARIO PARA TRAVESTIS Y TRANS EN BUENOS AIRES

Primer secundario para travestis y trans
Funciona en Chacarita. El sistema educativo argentino, como el de casi cualquier lugar del mundo, es binario y verticalista. Resiste la diversidad cultural y de género. Tiende a normalizar y no a potenciar la singularidad. La mayoría de las travestis y transexuales no pueden terminar sus estudios por una especie de discriminación etaria implícita. En este punto, el actual sistema educativo y la ley de identidad de género que tiene media sanción en el Congreso, no encajan. Con sus jerarquías, sus partes disciplinarios, toda la regulación que transforma a la escuela en una suerte de pre-reformatorio para ciudadanos seriales, el régimen de educación funciona como zona de entrenamiento para la supervivencia, para el hábito de la exclusión y el cultivo de un núcleo conspirativo: la sagrada familia, el machismo eufórico. No es que esté escrito en algún lado, pero en el aula se replica el mismo tipo de estigmatización, la misma mentalidad reaccionaria que identifica en el travesti y en el transexual una diferencia no deseada. El Bachillerato popular Mocha Celis, orientado al cooperativismo, viene a cubrir ese black out social y se propone como una opción anti normativa ejemplar. Funciona en un emblemático edificio pegado a la estación de tren de Chacarita, impulsado por la Fundación Diversidad Divino Tesoro. En este edificio, en el año noventa y nueve, crecieron los principales nodos de trueque, y el lugar se transformó en punto de confluencia para las cooperativas que surgían en la época. El nombre del bachillerato honra a una activista trans tucumana, Mocha Celis, que trabajaba en Flores y fue encontrada muerta, después de estar desaparecida durante días, con tres tiros que un sargento de la Comisaría 50ª, cada vez que pasaba en su patrullero, le prometía al verla siempre vestida de rojo en la misma esquina. Francisco Quiñones, coordinador del bachillerato, apunta la esencia de esta propuesta: “En el aula son protagonistas las voces de las personas trans. El espacio de la clase es una construcción colectiva. Todos están sentados en torno a una mesa, el saber se transmite de manera horizontal”. Esa construcción, además de ser una práctica discursiva cotidiana, tiene una raíz material: el aula, los pizarrones, las paredes de durlock, todo lo que está a la vista, proviene del esfuerzo colectivo. Los veinticinco alumnos inscriptos en este primer año colaboraron a su manera a través de donaciones o trabajo voluntario. En el aula, como si fuera un santo protector, una gigantografía con la cara de Sarmiento travestido salvaguarda con humor el día a día. Queda claro que en el Mocha Celis no se reproducen los esquemas de dominación pedagógicos de una Institución tradicional. “Ejercemos una discriminación positiva, desde que el sistema educativo no tiene en cuenta las identidades”, explica Francisco. “La educación hoy en día violenta la identidad de género, que es patologizada y negada. Se criminalizan las identidades. Acá se respetan las identidades, no la información del DNI”. En el calendario académico, sobresalen materias como “Técnicas de trabajo intelectual”, “Cooperativismo” y “Memoria Trans”. El programa de estudios, además de estar dirigido a sujetos pensantes y no a receptores pasivos del saber, prepara a las estudiantes para la inserción social y laboral a través de cooperativas de trabajo autogestionadas. Laura, una de las alumnas, es correntina y en su pueblo natal, Ituzaingó, le resultó imposible estudiar. Fue segregada y encontró contención en su familia, que la aceptó tal como era. Llegó a Buenos Aires cuatro meses atrás y acá descubrió, según cuenta, “la verdadera libertad”. Puede caminar en paz, sin ser agraviada, y pese a una rutina repleta por las horas de estudio y trabajo, está segura de que “a futuro tanto sacrificio va a dar resultados, en este secundario uno gana capacidad emprendedora; después de terminar, voy a seguir estudiando para recibirme de radióloga”. De lunes a jueves, para cursar, Laura hace tres horas de viaje desde Ezeiza, donde vive. Además trabaja haciendo la limpieza de una casa, y de viernes a domingo hace jornadas laborales de doce horas en un taller de costura. Virginia creció en Salta y abandonó el secundario a los quince por las mismas razones. Después de años en Buenos Aires encontró en el bachillerato una salida a la espiral de la noche en la zona roja de Palermo: “estudiar te da la posibilidad de enfrentar la vida de otro modo. Te da recursos para defender tus derechos”. Al igual que Laura, para ampliar sus posibilidades laborales, planea seguir una carrera universitaria o terciaria: derecho o una especialización en cooperativismo. Se enteró de la existencia del bachillerato a través de facebook, y desde entonces su vida dio un giro completo: encontró en el grupo de estudio una familia y amistades que respetan su identidad. Un bachillerato de este tipo sería imposible sin un plantel de profesores que, con una apertura mental y emocional extraordinaria, entienden, a la manera de Foucault, lo trans como un espacio productivo que el sentido común de una sociedad vigilada y reprimida no admite. Convendría pensar la propuesta del Mocha Celis no como un emprendimiento fronterizo que puede llenar de color alguna sección de un diario, sino como un potente modelo de educación desautomatizador y transversal que, redunda decirlo, ayudaría a construir una sociedad más equitativa y solidaria. Especulo que este modelo horizontal, pragmático y levemente anarco, exponenciado en el futuro en cientos de bachilleratos autogestionados y no alienados con el par público/privado, podría seducir a una clase bienpensante que hoy encuentra en colegios como el Nacional Buenos Aires, el mal menor ante el remanido Mens sana in corpore sano que atraviesa los siglos y las guerras. *Escritor, elegido en 2011 por la revista británica Granta como uno de los veinte mejores jóvenes narradores de habla hispana.

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