Copa Davis, Argentina campeón: la vida de Juan Martín Del Potro tiene un guión de película
Jugó casi 11 horas entre el viernes y ayer. Terminó exhausto y con una fisura en su meñique izquierdo. Las piernas separadas y apenas flexionadas, los brazos bien abiertos, los puños apretados. Y los ojos vidriosos. El hombre de los 198 centímetros está plantado en la cancha del estadio Zagreb de cara al grupo más nutrido de los argentinos que cruzaron el océano porque intuían que algo grande podía pasar aquí, en esta ciudad. Ese hombre cuyos últimos partidos debieran darse en continuado en cada escuela de tenis y cuya parábola pide a gritos una película o una novela, sabe que acaba de lograr un triunfo doble. Remontó una desventaja de dos sets por primera vez en su carrera para ganarle al sexto del ranking. Nada comparable a sentir que ya está, que el esfuerzo valió la pena. Que haber escuchado a quienes lo empujaron a seguir, y no a sus propios temores, tiene su premio. Juan Martín Del Potro había jugado seis horas entre viernes y sábado. Pero siempre dio la sensación, tanto ante Karlovic como en el dobles, que había regulado el esfuerzo para el duelo de ayer ante su amigo Marin Cilic. Casi caminando -con todo respeto por el gigante croata- ganó el viernes. Y con ese mismo ritmo cansino caminó la cancha junto a Leonardo Mayer ante Cilic y Dodig, impotente ante un binomio que fue mejor. El partido era el de ayer. Y ayer Del Potro se encontró de entrada con un jugador excepcional. Cilic se apoyó en un revés plano y cruzado, preferentemente de ángulo corto, para incomodarlo e impedirle invertirse para lastimar con el drive. Así se llevó el croata los dos primeros sets, en el tie break el primero (la maldición de los desempates aquí; cuatro jugados y cuatro perdidos para Argentina) y con comodidad el segundo. El público argentino disimulaba su desencanto del mejor modo: alentando igual, en un duelo con la gente local que no sabía de aces ni quiebres de saque. Pero al guionista se le escapó un detalle. La fiesta armada por los croatas en su casa, a la que le faltaba apenas un set para ser completa con su segundo título de la Copa Davis incluido, no contaba con el que estaba del otro lado, ese que les ganó a las operaciones de muñeca y al descreimiento general. Al que algún imbécil que hoy debe estar festejando el título lo insultó en el Parque Roca ante República Checa, apenas cuatro años atrás. El que volvió de a poco y empezó a enhebrar triunfos, primero ante los del segundo pelotón, después frente a los buenos y al final contra los mejores. Del Potro les tenía preparada una sorpresa a todos.
Hay explicaciones tácticas, técnicas y estratégicas. Y físicas. Cilic sintió el desgaste y perdió potencia para castigar con la derecha y disciplina para insistir sobre el revés rival. Empezó a prenderse en duelos de drives cruzados en los que en general llevó la peor parte. Del Potro se tomó un descanso antes de volver a la pelea y pareció renovado, más activo y potente.
Era cuestión de que Cilic sacara el pie del acelerador en algún momento y había que estar preparado. Delpo se mantuvo en el partido, sacando muy bien y devolviendo mejor. Y si el físico amenazaba, ahí estaba el capitán Orsanic para masajearlo en los cambios de lado.Y se encendió una luz. “En el tercero traté de moverlo con la derecha. Empecé a sentir que la bola ya no venía tan fuerte. Recién ahí empecé a entrar en partido”, dijo después. Y se llevó el tercer set. Y empezó otra historia. Los dos lucían cansados, pero mientras Cilic perdía frialdad para elegir la mejor pelota y evitar el drive, Del Potro se afirmaba en invertirse para dañar con la derecha y seguí sacando con la potencia del principio. Y a todo o nada en el último capítulo. Hubo una última escena de suspenso: en el arranque del quinto Del Potro atajó con su mano izquierda un saque de Cilic con tan mala fortuna que se fisuró el meñique izquerdo. Pero a ese muchacho que no lo frenaron las cirugías, ni Djokovic y Nadal en los Juegos Olímpicos, ni Murray en Glasgow, no lo iba a detener una simple fisura. Tomó una sola vez del cuello a Cilic y no lo soltó nunca más. “¿Qué es lo que tenés?”, le preguntó un periodista. “Una fisura en este dedo que no sé como se llama. De muñeca te explico lo que quieras, pero de dedos...”.
Por primera vez en más de cuatro horas se adelantó en el marcador (2-1 en el quinto). Y en el octavo game quebró a Cilic con un drive Made in Del Potro. Fueron seis pelotas seguidas: dos sobre el saque rival y cuatro más con su saque. En la última de ellas un servicio suyo no encontró respuesta en el revés.
“Nos conocemos mucho, los dos espiábamos a ver cómo estaba el otro y yo me di cuenta de que estaba muy cansado. Es el mejor triunfo de mi carrera, pero para poder decirlo hay que esperar que gane Fede”, dijo un rato después...
La espera terminó. La de Del Potro para volver a ser un tenista de elite y la de Argentina para ganar, 93 años después, la bendita Davis.
Jugó casi 11 horas entre el viernes y ayer. Terminó exhausto y con una fisura en su meñique izquierdo. Las piernas separadas y apenas flexionadas, los brazos bien abiertos, los puños apretados. Y los ojos vidriosos. El hombre de los 198 centímetros está plantado en la cancha del estadio Zagreb de cara al grupo más nutrido de los argentinos que cruzaron el océano porque intuían que algo grande podía pasar aquí, en esta ciudad. Ese hombre cuyos últimos partidos debieran darse en continuado en cada escuela de tenis y cuya parábola pide a gritos una película o una novela, sabe que acaba de lograr un triunfo doble. Remontó una desventaja de dos sets por primera vez en su carrera para ganarle al sexto del ranking. Nada comparable a sentir que ya está, que el esfuerzo valió la pena. Que haber escuchado a quienes lo empujaron a seguir, y no a sus propios temores, tiene su premio. Juan Martín Del Potro había jugado seis horas entre viernes y sábado. Pero siempre dio la sensación, tanto ante Karlovic como en el dobles, que había regulado el esfuerzo para el duelo de ayer ante su amigo Marin Cilic. Casi caminando -con todo respeto por el gigante croata- ganó el viernes. Y con ese mismo ritmo cansino caminó la cancha junto a Leonardo Mayer ante Cilic y Dodig, impotente ante un binomio que fue mejor. El partido era el de ayer. Y ayer Del Potro se encontró de entrada con un jugador excepcional. Cilic se apoyó en un revés plano y cruzado, preferentemente de ángulo corto, para incomodarlo e impedirle invertirse para lastimar con el drive. Así se llevó el croata los dos primeros sets, en el tie break el primero (la maldición de los desempates aquí; cuatro jugados y cuatro perdidos para Argentina) y con comodidad el segundo. El público argentino disimulaba su desencanto del mejor modo: alentando igual, en un duelo con la gente local que no sabía de aces ni quiebres de saque. Pero al guionista se le escapó un detalle. La fiesta armada por los croatas en su casa, a la que le faltaba apenas un set para ser completa con su segundo título de la Copa Davis incluido, no contaba con el que estaba del otro lado, ese que les ganó a las operaciones de muñeca y al descreimiento general. Al que algún imbécil que hoy debe estar festejando el título lo insultó en el Parque Roca ante República Checa, apenas cuatro años atrás. El que volvió de a poco y empezó a enhebrar triunfos, primero ante los del segundo pelotón, después frente a los buenos y al final contra los mejores. Del Potro les tenía preparada una sorpresa a todos.
Hay explicaciones tácticas, técnicas y estratégicas. Y físicas. Cilic sintió el desgaste y perdió potencia para castigar con la derecha y disciplina para insistir sobre el revés rival. Empezó a prenderse en duelos de drives cruzados en los que en general llevó la peor parte. Del Potro se tomó un descanso antes de volver a la pelea y pareció renovado, más activo y potente.
Era cuestión de que Cilic sacara el pie del acelerador en algún momento y había que estar preparado. Delpo se mantuvo en el partido, sacando muy bien y devolviendo mejor. Y si el físico amenazaba, ahí estaba el capitán Orsanic para masajearlo en los cambios de lado.Y se encendió una luz. “En el tercero traté de moverlo con la derecha. Empecé a sentir que la bola ya no venía tan fuerte. Recién ahí empecé a entrar en partido”, dijo después. Y se llevó el tercer set. Y empezó otra historia. Los dos lucían cansados, pero mientras Cilic perdía frialdad para elegir la mejor pelota y evitar el drive, Del Potro se afirmaba en invertirse para dañar con la derecha y seguí sacando con la potencia del principio. Y a todo o nada en el último capítulo. Hubo una última escena de suspenso: en el arranque del quinto Del Potro atajó con su mano izquierda un saque de Cilic con tan mala fortuna que se fisuró el meñique izquerdo. Pero a ese muchacho que no lo frenaron las cirugías, ni Djokovic y Nadal en los Juegos Olímpicos, ni Murray en Glasgow, no lo iba a detener una simple fisura. Tomó una sola vez del cuello a Cilic y no lo soltó nunca más. “¿Qué es lo que tenés?”, le preguntó un periodista. “Una fisura en este dedo que no sé como se llama. De muñeca te explico lo que quieras, pero de dedos...”.
Por primera vez en más de cuatro horas se adelantó en el marcador (2-1 en el quinto). Y en el octavo game quebró a Cilic con un drive Made in Del Potro. Fueron seis pelotas seguidas: dos sobre el saque rival y cuatro más con su saque. En la última de ellas un servicio suyo no encontró respuesta en el revés.
“Nos conocemos mucho, los dos espiábamos a ver cómo estaba el otro y yo me di cuenta de que estaba muy cansado. Es el mejor triunfo de mi carrera, pero para poder decirlo hay que esperar que gane Fede”, dijo un rato después...
La espera terminó. La de Del Potro para volver a ser un tenista de elite y la de Argentina para ganar, 93 años después, la bendita Davis.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario