El diputado Máximo Kirchner afronta una tarea veraniega muy ardua: persuadir a su madre, Cristina Fernández, que abra sus brazos todo lo que pueda para contener a la mayoría peronista. Recién después de eso, ella misma podría considerar su eventual candidatura para las elecciones de octubre. A senadora por Buenos Aires o a diputada por Santa Cruz. No sería lo más relevante, sin embargo, en la estrategia del vástago de la ex presidenta. La profundidad del plan pasaría por otro costado. La prioridad consistiría en asestar una derrota a Mauricio Macri. Sobre todo en el principal distrito electoral, Buenos Aires. Podría ser el principio del fin para la ilusión de los ochos años de poder que, con llamativa precocidad, se ocupa de comunicar el mandatario. Pero significaría, a la par, un mensaje al Poder Judicial que sustancia cientos de causas de corrupción contra ex funcionarios kirchneristas. Máximo parangona esta prueba 2017 con aquella que le ocurrió a la administración kirchnerista en el 2013. Después del mandoble que sufrió en Buenos Aires a manos de Sergio Massa, fue imposible la recuperación. También se abrieron con riesgo las puertas en varios despachos de jueces federales. La caída implicó el fin del intento de colonización sobre la Justicia que, poco antes de la votación, en julio, había soportado un freno: el fallo de la Corte Suprema que declaró inconstitucional la pretensión cristinista de que los miembros del Consejo de la Magistratura fueran electos por el voto popular. Esa entidad es la encargada de proponer y destituir jueces. Cristina tiene ante la sugerencia de su hijo diputado varios dilemas. Estará sometida al traqueteo judicial durante la campaña. Es posible, incluso, que la causa por la compra del dólar a futuro que sustancia Claudio Bonadío entre en juicio oral y público. ¿Cómo haría en ese contexto para convocar al peronismo?. ¿Cómo haría para creer súbitamente en algo sobre lo cual descree?.La ex presidenta tiene en la corrupción un severo problema. Pero arrastra otro: su edificación política se debilitó hasta extremos impensados durante el primer año del macrismo. La trampa sería doble.
El año de campaña tendrá otra coreografía poco grata para ella. Pulularán los juicios orales y públicos sobre varios de sus ex laderos. Seguro el de Amado Boudou por el escándalo Ciccone. También el de Julio De Vido por la tragedia ferroviaria de Once. Se viene el del ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, por enriquecimiento ilícito. Ya purga en prisión una condena de seis años por administración fraudulenta. Podrían sumarse las rutas de Lázaro Baéz y los bolsos de José López. Por las dudas, los peronistas empiezan o sondear otros caminos. La posible cercanía de Cristina, en aquel contexto, los aterra. Los grupos de intendentes bonaerenses se movilizan. El llamado Esmeralda, de Martín Insaurralde (Lomas de Zamora) y Gabriel Katopodis (San Martin) sigue hablando de una “renovación inevitable”. El Fénix, de la intendente de La Matanza, Verónica Magario, resulta más prudente. Hay un tercero, denominado Grupo de los Ocho, del interior bonaerense, que también posee como prioridad superar el pasado. Algunos de ellos observan a Florencio Randazzo. Pero el ex ministro del Interior continúa aferrado al juego mudo. Tiene claro que si participa en la contienda electoral lo haría a distancia de Cristina. La playa sirvió como escenario este mes para el retorno de Julián Domínguez. Tuvo una ayuda con la que no contaba: los insultos de Aníbal Fernández (“traidor”, “basura”, le dijo) con quien perdió en la turbia interna del FPV el 2015. Aquellas palabrotas le elevan la cotización. El ex titular de la Cámara de Diputados compartió un asado con el senador de Santa Fe, Omar Perotti. También mate y facturas con dos de los integrantes del triunviro de la CGT, Héctor Daer y Carlos Acuña. Arrecian rumores sobre cierto malestar del diputado del Frente Renovador con la conducción de Massa. Habrá que ver si algo alumbra entre tanto cabildeo. Cualquier cosa que sea, no incluiría a Cristina. Domínguez tiró en los primeros días del año una de las frases más filosas contra la ex presidenta: “No se puede poner vino nuevo en una vasija vieja”, describió en su afán de renovación. Así las cosas, a Cristina no se le abren muchas opciones. Debería arreglarse con lo puesto. ¿Qué tiene?. Sólo a Daniel Scioli para ensayar una pelea. El mismo dirigente del cual renegó en las presidenciales. Aunque tampoco es el mismo. El ex gobernador dejó de ser inmune a la combustión. Terminó el 2016 rodeado de denuncias por la presunta utilización de fondos públicos de Buenos Aires para cuestiones privadas. Las encuestas empiezan a revelar que su imagen negativa alcanza picos desconocidos, por encima de la ex presidenta. Fuera de esa figura Cristina no avizora nada más. No existen candidatos taquilleros entre los diputados del FPV. Las caras de Guillermo Moreno, Luis D'Elia y Aníbal asoman con inconveniente frecuencia pública. Los discretos tampoco la pasan bien. El ex candidato a vice, Carlos Zannini, fue abucheado en un restaurante de Pinamar. Esos dirigentes sólo convocarían al pasado. Es el ferviente deseo del macrismo.
El año de campaña tendrá otra coreografía poco grata para ella. Pulularán los juicios orales y públicos sobre varios de sus ex laderos. Seguro el de Amado Boudou por el escándalo Ciccone. También el de Julio De Vido por la tragedia ferroviaria de Once. Se viene el del ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, por enriquecimiento ilícito. Ya purga en prisión una condena de seis años por administración fraudulenta. Podrían sumarse las rutas de Lázaro Baéz y los bolsos de José López. Por las dudas, los peronistas empiezan o sondear otros caminos. La posible cercanía de Cristina, en aquel contexto, los aterra. Los grupos de intendentes bonaerenses se movilizan. El llamado Esmeralda, de Martín Insaurralde (Lomas de Zamora) y Gabriel Katopodis (San Martin) sigue hablando de una “renovación inevitable”. El Fénix, de la intendente de La Matanza, Verónica Magario, resulta más prudente. Hay un tercero, denominado Grupo de los Ocho, del interior bonaerense, que también posee como prioridad superar el pasado. Algunos de ellos observan a Florencio Randazzo. Pero el ex ministro del Interior continúa aferrado al juego mudo. Tiene claro que si participa en la contienda electoral lo haría a distancia de Cristina. La playa sirvió como escenario este mes para el retorno de Julián Domínguez. Tuvo una ayuda con la que no contaba: los insultos de Aníbal Fernández (“traidor”, “basura”, le dijo) con quien perdió en la turbia interna del FPV el 2015. Aquellas palabrotas le elevan la cotización. El ex titular de la Cámara de Diputados compartió un asado con el senador de Santa Fe, Omar Perotti. También mate y facturas con dos de los integrantes del triunviro de la CGT, Héctor Daer y Carlos Acuña. Arrecian rumores sobre cierto malestar del diputado del Frente Renovador con la conducción de Massa. Habrá que ver si algo alumbra entre tanto cabildeo. Cualquier cosa que sea, no incluiría a Cristina. Domínguez tiró en los primeros días del año una de las frases más filosas contra la ex presidenta: “No se puede poner vino nuevo en una vasija vieja”, describió en su afán de renovación. Así las cosas, a Cristina no se le abren muchas opciones. Debería arreglarse con lo puesto. ¿Qué tiene?. Sólo a Daniel Scioli para ensayar una pelea. El mismo dirigente del cual renegó en las presidenciales. Aunque tampoco es el mismo. El ex gobernador dejó de ser inmune a la combustión. Terminó el 2016 rodeado de denuncias por la presunta utilización de fondos públicos de Buenos Aires para cuestiones privadas. Las encuestas empiezan a revelar que su imagen negativa alcanza picos desconocidos, por encima de la ex presidenta. Fuera de esa figura Cristina no avizora nada más. No existen candidatos taquilleros entre los diputados del FPV. Las caras de Guillermo Moreno, Luis D'Elia y Aníbal asoman con inconveniente frecuencia pública. Los discretos tampoco la pasan bien. El ex candidato a vice, Carlos Zannini, fue abucheado en un restaurante de Pinamar. Esos dirigentes sólo convocarían al pasado. Es el ferviente deseo del macrismo.
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